Las estaciones pasaban y ella sentada desde charlaba con cada nuevo pasajero que caminaban cerca de ella. Recuerdo algunas frases, como la vez que habló del amor sin dejar de sonreír.
En un momento se levantó y empezó a espiar por las ventanas. Luego volvió a sentarse, pero esta vez junto a mí.
De cierta forma me provocaba miedo, ya que veía sus ropas maltrechas, pero en un instante más efímero de lo que recuerdo, noté en su sonrisa una angustia profunda. No me animaba a hablarle, pero continuaba observándola desde el reflejo de mí ventana.
Llego mí estación y bajo conmigo. Yo seguí mi camino y ella se quedo en la estación, con una angustia que quizás jamás llegue a conocerla.